Un momento para el dolor de aprender

¡Cómo me duele este dolor! ¡Cuánto te hace sufrir! Pero es un dolor de los buenos, que te hacen a la vez más fuerte.

¿A qué me refiero con este supuesto dolor? Un dolor mínimo en realidad, uno que requiere un solo cambio de mentalidad: que abandones el ego. Eso es –hay que abandonar todo lo que te provoca orgullo y autoestima para llegar a evaluarte a ti mismo con una cierta objetividad, sin lamentar demasiado lo insuficiente que te sientes hasta la fecha.

Por eso, a medida que se van haciendo mayores, los adultos dejan de aprender poco a poco: cada cual se acomoda a su propia manera de ser, su competencia adquirida mediante largos y duros años de entrenamiento y aprendizaje en su campo elegido, hasta dejar de aprender en la extenuación de la autocomplacencia, de confort en el pleno estado de gracia que es la pericia, el honor y el respeto de los de su entorno.

Y desde luego que hay que llegar a la competencia de un perito en algún que otro campo o industria, aunque sea solo para poder vivir con cierta confianza y la generosidad contigo mismo para actuar y vivir como principiante, como el novato tonto de vez en cuando. De esta manera los dos estados se equilibran, y aprender retiene sus méritos sin hacerte daño al ego que, vamos, como mínimo tiene derecho a existir.