La maldad: ¿es congénita o adquirida?

Pero, ¡qué pregunta más picante, la verdad! Conlleva todo tipo de cuestiones que pueden ser en gran medida polémicas o disputables. Y ¿a quién no le gusta embarrarse de vez en cuando para hablar de asuntos fuera de lo común? Conmigo esto pasa muy a menudo, a decir verdad, pero no es que por ello me sienta avergonzado –para nada. Entonces vamos allá, si te parece.

Como demuestran algunos de los eventos más horrendos del siglo XX, que además sigue siendo nuestro siglo referente para entender qué tan abyecta y despreciable puede llegar a ser nuestra especie, las personas son una mezcla del bien y del mal, aunque las proporciones de esta mezcla varían según la persona en cuestión. Es decir, en cuanto a la naturaleza de la humanidad, no es una cuestión de si somos malos o buenos, sino de cuánto mal existe en el interior de cada uno de nosotros, y de si supera este mal el bien del que casi todos tenemos alguna porción –y digo casi porque existen en el mundo psicópatas que simplemente no tienen la capacidad moral para ser incluidos entre los otros.

Este punto aparte, la cuestión no es si somos malos –ya lo somos, la verdad, y propondría con bastante certeza que cualquier persona, por mediana y normal que sea, se descubriría más capaz de cometer horrores si se encontrase en circunstancias lo suficientemente extremas. La cuestión y también la verdadera rareza es el bien, o sea, esa bondad heroica que se revela solo en el contexto de esos extremos y de la que ni siquiera esa persona heroica es consciente –hasta que se revela o más bien se le exige.

En otras palabras, el supuesto bien al que apuntamos para que lo sepa todo el mundo, el llamado virtue signalling en inglés, que es además muy común y frecuente, no es sino una pantomima del bien real que solo se revela en esas circunstancias más extremas de las que hay pocos ejemplos hoy en día. La mayoría de quienes designamos virtuosos hoy por hoy no serían, en otras circunstancias, nada virtuosos ni heroicos, sino una panda de víctimas o quizás los autores del horror.

Por eso, tiendo a creer que el ámbito moral de nuestra humanidad moderna es un poco decadente, ya que anima y nutre a quienes se creen virtuosos por haber apoyado –junto con millares de manifestantes– los derechos de esta minoría o aquel grupo victimizado como si esto fuera algo verdaderamente virtuoso o heroico. Todo desprende una cierta autocomplacencia. Pero no veo lo heroico en el hecho de manifestarse entre grupos numerosos y desconocidos nutriéndose los unos a los otros y agitándose con un fervor inestable. (Hay un lugar y un tiempo para manifestarse, pero eso es otro asunto).

Lo heroico muchas veces se consigue solo, en una posición de soledad o por lo menos sin la ayuda descomunal de miles de personas. Y es algo mucho menos común de lo que parecería si nos tomáramos tan en serio los estándares morales de la actualidad. O como dice el protagonista al final de esa obra tan germinal del dramaturgo Henrik Ibsen, An Enemy of the People: Es el hombre más fuerte del mundo el que más solo está frente a los demás.