La sensación de hablar una segunda lengua

¿Cómo es la sensación de hablar una lengua que no es la materna? ¿Qué se siente al hablarla? Comparada con la materna, nuestro primer punto de partida que da lugar a todo un esquema que regula y a la vez vertebra la adquisición de otra lengua, esta segunda lengua se puede decir que no es exactamente un chollo ni mucho menos; aunque puede llegar a ser una forma de comunicación lo bastante profundizada y capaz de abarcar casi todo lo que se querría expresar en la lengua materna, al menos una vez alcanzados los niveles más avanzados para un hablante no nativo, al final termina por revelar sus deficiencias.

Y estas creo que las puedo resumir aprovechando una metáfora de esa comparación entre un hablante nativo y uno no nativo, para que os hagáis una idea de lo que estoy hablando: si hablar en tu lengua materna es como montar en triciclo, de modo que puedes ir acelerando gracias a la estabilidad que te facilitan esas tres rueditas, hablar en una lengua no materna es más bien como montar en bici mientras vas acelerando con la misma capacidad de llegar a un buen ritmo, pero con la dificultad añadida del equilibrio que en todo momento se tiene que mantener, es decir, si es que quieres seguir montado sin caerte.

En conclusión, hablar una segunda lengua, si la profundizas y practicas bien, te suele suponer muy pocas desventajas en vista de esa soltura de los hablantes nativos que tanta envidia nos dan a la hora de hablar. Puedes llegar a conseguir hasta la misma velocidad, y con la misma agilidad a medida que van surgiendo baches y obstáculos en el camino. Pero de lo que sí tienes más probabilidad de hacer es de caerte (y vamos, al final solo tienes dos ruedas), y el equilibrio claro que hay que mantenérselo para que no te hagas daño en ningún momento, o algo peor aún. Y ya sabéis que cuanto más rápido vayas, más probable va a ser que te caigas.

En otras palabras, hablar una segunda lengua puede llegar a ser incluso peligroso. Esperemos que no, por supuesto, pero aun así ten cuidado por si sales volando del sillín, al que me parece a mí que nunca se puede acomodar del todo.