¿La bendición del pesimismo?

Me dirijo a quienes se sienten atraídos por el optimismo hasta tal punto que forma parte de quiénes son, de lo más profundo de su ser, aquel punto en el que ya no se pueden imaginar la vida sin el brillo que les aporta el optimismo: no es oro todo que reluce, ni mucho menos. Pero claro, tampoco es una cuestión sencilla.

Para la mayoría, el llamado pesimismo es una cosa despreciable que, y así nos lo imaginamos, no te puede hacer daño ni mucho menos hasta que es demasiado tarde. En realidad, el pesimismo para los pocos –mal seducidos por la vida y malcriados para este único fin– es una lapa, un parásito que te empieza a chupar la sangre desde la más tierna y temprana edad para joderte el resto del largo y extenuante recorrido que viene siendo tu vida. Vaya putada, ¿verdad?

Luego vas verificando que no es esa afición, ese talento que te imaginaste cuando descubriste por primera vez cómo las cosas se pueden retorcer, volverse pésimas e insalvables como si fuera parte de la condición humana. Es, más bien, un veneno puro, y tú tienes que tragártelo solo, un miembro más de la minoría tocada por el pesimismo surgido de lo más profundo e inalterable de tu alma, donde hace una eternidad que ya no se pueden alterar las cosas. Todos somos tal y como somos, y la elección no ha sido nuestra.

Aún más tarde, un suceso espontáneo o uno de esos percances que nos hacen replantearnos la vida te puede desencadenar una serie de pensamientos que te guía hacia un momento en el que, por fin, reconoces la validez y utilidad de todo lo que te haya supuesto ser pesimista. Al final, no te ha salido mal, y en ciertos contextos el hecho de ser pesimista hasta te puede suponer una ventaja, por no decir una bendición.

Nunca se sabe qué te puede pasar por hache o por be siendo pesimista. Incluso los optimistas tienen lo suyo. Es decir, claro que el pesimismo en sí es una tendencia negativa, pero no se tiene que creer por ello que lo único que puede acarrear es negativo.

Todos somos tal y como somos, y la elección no ha sido nuestra. Eso no se puede dudar. Pero los matices son los que son, y en ellos se encuentra toda una gama de posibilidades que es más que suficiente para quien cree, como yo, que la vida no es un veranear junto al mar ni un paraíso hecho realidad, ni mucho menos. Ya he concluido que es otra cosa.