Las redes sociales y la causa del narcisismo

En estos tiempos del pleno siglo XXI, puede que el término «conflicto intergeneracional» sea más una perogrullada que una ocurrencia, pero es algo que ha atravesado la historia más reciente de nuestra especie, cautivándonos una y otra vez a lo largo de las generaciones, y ahora parece que ya no se puede evitar. Para dar un ejemplo, si se tomaran en serio las nociones mayoritarias que los seres humanos de cada generación tienden a tener una vez llegada la tercera edad, se llevaría la impresión de que el gran acabose de la humanidad, el gran energúmeno acechando a la especie con sus tonterías e infinitos absurdos, es la juventud contemporánea. Si solo pudiéramos darle la vuelta al tiempo y ponerle patas arriba a la especie, sustituyendo a los jóvenes actuales por sus sagaces contrapartes de la tercera edad —solo entonces se apreciaría la verdadera potencia de la juventud, lo sabio, digno y mesurado de su conducta—. Dicho esto, ¿qué es lo que vale la pena comentar, exactamente, acerca de la juventud de hoy? Se dice que de eso ni hablar, y que no me calientes la cabeza. Pero esos mismos jóvenes parecen tener una opinión poco más generosa que la de sus críticos.

Puede ser que en lo que a las redes sociales se refiere, los mayores lleven toda la razón: apreciado de entre millones de páginas web, líneas de texto y fotos, vídeos y álbumes, frivolidad y ciberacoso, ruindad y narcisismo, el comportamiento humano a grandes rasgos no juega a favor de los jóvenes, por muy bienintencionados que de vez en cuando sean. En una palabra, tal vez quepa resumirlo como narcisismo, una sicopatología clínica diluida y popularizada hasta el punto de convertirlo en un epíteto, un mero insulto. Aun así, con la plena evidencia de que el narcisismo rampante —al menos en su forma popularizada— está ya más que difundido, difícil sería negar el hecho de que la juventud de hoy, en gran medida y con notables excepciones, es plenamente narcisista o, vamos, en alguna que otra medida engreída, patética, abyecta, una lacra sobre la tierra.

Pero la cuestión más apremiante, y quizá más polémica, es si la causa de este narcisismo es que somos influenciados y corrompidos por las redes sociales, de lo cual ofrecería un claro ejemplo la juventud de hoy; o bien ya llevamos en la sangre el narcisismo de manera congénita, y lo que hacen las redes sociales es simplemente poner de manifiesto lo que siempre ha estado ahí, ensombrecido, oculto u obvio según el individuo que sea, pero siempre detectable. Ahora bien, tomemos como ejemplo otro fenómeno parecido, a saber, el mismo que ya se ha aducido en este mismo ensayo: la tendencia de la tercera edad a lamentar lo que sería una supuesta falta de sensatez entre las generaciones más jóvenes, su llamado narcisismo.

Teniendo en cuenta la tendencia narcisista plenamente observable en los jóvenes de hoy, cabe la pregunta de si este mismo lamento por parte de los mayores no es, a su vez, un gran y vergonzoso narcisismo de por sí. Siguiendo esta línea, se ve que los mayores demuestran la misma capacidad tan característica del narcisismo de elevarse a uno mismo por encima de los demás, amén de caerse en la trampa de que uno tiene que ser mejor por alguna que otra razón que es, a la luz de la razón, poco justificable. A fin de cuentas, lo que hacen los mayores al lamentar a las generaciones más jóvenes es cometer un doble error, cayendo primero en el mismo narcisismo que pretenden denunciar en los demás y después, para más inri, en una hipocresía que ni siquiera se suele apreciar entre los tan deleznables jóvenes, que supuestamente existen a un nivel inferior al de los mayores en el infierno.

Habiendo puesto de manifiesto estas tal vez incómodas verdades, que subyacen a los comportamientos humanos descritos en este ensayo (descritos, huelga decir, sin entrar en detalles), cabe resumir con una conclusión que ahora parece inevitable: tanto los jóvenes como los mayores tienen su propia y justa dosis de narcisismo, y cada una de estas dosis tiene una forma propia de medición, una manera de ingerirse para más tarde ser infligida a los demás en la forma que sea. O, en otras palabras, en alguna medida todos son narcisistas. Vamos, que lo somos todos, aunque no todos son narcisistas del todo.

Por ello, no hay que obviar la pregunta: ¿existen los que de verdad tienen sentada la cabeza, que tienen la suficiente madurez como para evitar caer en un narcisismo puro y duro? Y la respuesta es que sí, que de eso no cabe la menor duda —lo cual no quita que estas mismas personas tengan que lidiar de vez en cuando con su propia naturaleza humana—. Cada cual tiene lo suyo. O, dicho de otro modo, como es el caso con muchos otros problemas, el narcisismo no se lo podemos achacar a las redes sociales como si de estas se tratase el problema, cuando la verdad es que el problema somos nosotros. De ahí que el narcisismo no tenga causas digitales, sino humanas. El resto es solo un síntoma de la enfermedad original.